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domingo, septiembre 03, 2006

Julio de la Vega: el último caballero de Gesta Bárbara





- Este domingo, en el mes de la belleza y de la juventud, la portada y las partes principales de la revista Fondo Negro, La Prensa, están dedicadas a ilustrar la vida del octogenario poeta cruceño Julio de la Vega, nuestro último caballero de Gesta Bárbara y también el último surrealista de Bolivia.

- Hubiéramos querido subir la entrevista que le realizó Martín Zelaya en el Montículo de la zona de Sopocachi, empero al ciudadano K. le pareció más efectivo copiar in extenso el texto que le dedica la periodista Lupe Cajías, una de las entrañables admiradoras de su poesía y de sus andares por el erotismo de los arrabales, los ardores del tango y la ebriedad de la selva.

- Julio de la Vega nació en Santa Cruz el 4 de marzo de 1924. Entre sus poemarios, con los que ganó premios como el Franz Tamayo de la Municipalidad de La Paz (1966), o los juegos florarles de Santa Cruz (1963), se encuentran Amplificación Temática, Temporada de Líquenes y Poemario de Exaltaciones. De sus novelas destacan Matías, el Apóstol Suplente y Cantango por Dentro. Escribió las obras de teatro El Sacrificio (1970), Se Acabó la Diversión (1973) y La Presa (1984).


Todos te amamos, Julio.


por Lupe Cajías

Julio de la Vega, poeta cruceño, guarda una ventaja sobre el resto de los mortales: no tiene enemigos.

No sé bien cómo le ha hecho para esquivar durante ocho décadas a los sentimientos y actitudes que hacen parte de la historia humana. No se puede encontrar una crónica, una polémica, una crítica que censure la obra o la vida de Julio. En las cofradías de los gestores de cultura, a nadie se le ocurrió protestar por el Premio Pablo Neruda y la elección que hizo el Gobierno chileno; al contrario, las voces fueron unánimes: “¡Se lo merecía!”.

Aún en ambientes enrarecidos como entre los hacedores de teatro, dramaturgos, artistas solitarios, conjuntos, el nombre de Julio de la Vega es pronunciado sin mancha y sin tacha. Sin rencores, sin siquiera envidia. Aplausos sinceros mientras recibe el Premio Nacional de Cultura.

Poeta desde la cuna porteña, narrador desde los años mozos cochabambinos, desorejado amante del tango desde la casa en el Montículo, crítico de cine desde la escapada pueblerina hasta París y Cinecittá, dramaturgo porque las dictaduras molestaban su sensibilidad. Profesor desde siempre, porque tenía muchos sobrinos que le rodeaban cuando aún era un joven venteañero, porque tiene una especial predilección por los niños y jóvenes, porque más que enseñar cuenta cuentos.

Y eso que Julio es un cascarrabias irremediable. No soporta la falta de glamour en los taxistas incapaces de disfrutar la estética de la ciudad, deteniéndose donde quieran. Es famosa su arma todopoderosa: el paraguas de plástico.

No le gusta que en la fiesta, alguna vieja impertinente le pregunte por su vida y cómo se hizo poeta. Joven, tampoco aceptaba que la bella de la tertulia no le preste atención y fue capaz de prenderle fuego a su corbata para llamar su atención. Si algo le molesta, no tiene sonrisas diplomáticas o palabras amables para tragar sapos o ranas, se levanta, tira la puerta y se va. Silencio. Nadie se atreve a ofenderse porque un ser humano expresa su verdad, sin medias tintas. Ha logrado que todos respeten su forma de ser. “Ese Julio….”

Irreverente, también aborrece estrenar ropa o zapatos, prefiere arrugarlos o embarrarlos primero, antes de lucirlos en la plaza España. Ni le interesa conocer a los poderosos, y jamás se le ocurriría componerles una oda, una biografía, una elegía.

No llama a nadie para pedirle el favorcito de una crítica a su nueva novela, ni es parte del mercadeo de los libros y autógrafos. Ni le molesta que otros ocupen las testeras, salgan en fotos sociales, participen en los cócteles. Él pasa por la vida ligero de equipaje, casi volando.

Contaban sus hermanos que prefería golpearse él mismo la cabeza contra la pared antes de levantar la mano contra Beatriz que le ganaba el dial en la única radio casera, o contra el chiquillo travieso.

Acompañaba sin quejas ni bombos a sus amigos bohemios, ebrios o llorosos, hasta cada una de las casas. Él era el responsable silencioso y sobrio para que cada uno de los “bárbaros” llegue sano y salvo, ante la madre que ansiosa esperaba clareando el día.

Experto en escuchar, una de las virtudes humanas más perdidas, fue amigo de los sobrinos, pero sobre todo de las hijas y de los nietos. Para los chiquitos es como un niño más; quizá desde la sensibilidad de la niñez es más fácil comprender que ese ser humano que nos lleva de la mano es un ser único porque no riñe, no juzga, no chantajea ni censura y es un cómplice de las faltas y de las mañas.

Los jóvenes del barrio le mostraban sus poemas, sus escritos, sus películas, sus videos. Con paciencia, atendía uno a uno. Siempre la palabra amable, el silencio pronto. Sin alzar la voz, sin exageraciones, lo suficiente para que el más mediocre se sienta alentado a seguir en búsqueda de las musas.

Igual con los alumnos. No conoce la disciplina, el castigo, la amenaza. Deja pasar, deja llegar. Y todos vienen a él y le dicen: “don Julio”, y lo invitan a sus casas, a sus lecturas, a sus talleres, a sus espacios propios.

Camina encorvado, siempre caminó así. Mirando las piedras, la nada. Naciendo y renaciendo, sonriendo desde una lejanía intangible. Por eso todos aman a Julio: la familia, los amigos, los colegas, los alumnos. Y también los artistas consagrados o aficionados.

Así se armó el Teatro de los Barrios, organizado por un ser entrañable para Julio, Arturo Archondo. Los desconocidos, los sin nombre en letras de imprenta, los que aman al teatro por su esencia, los que precisan expresarse, estarán toda esta semana en la Casa de la Cultura en el Festival de Teatro Julio de la Vega.

Nosotros, desde la Fundación Cultural Cajías, también lo apoyaremos como tío, como poeta, como novelista, como dramaturgo. Porque también nosotros amamos a Julio.

El post está iluminado con la portada de Fondo Negro:
http://www.laprensa.com.bo/fondo_negro/20060903/art02.htm

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen artículo. La verdad, de nuestro primer encuentro con Bolivia, guardamos como uno de nuestros mejores recuerdos el haber conocido a Don Julio de la Vega.
Saludos
Luis Felipe Algre y Carmen Orte
(de El silbo vulnerado)